viernes, 24 de julio de 2009

LA ESPERA

Aprendí a amarte, a desearte… y a vivir a tu sombra. Y aunque algunas veces quise salir a tu encuentro, la razón me limitó a esperarte. Coqueteé con la idea de que un día irrumpieras inesperadamente en mi vida y me llevaras lejos. ¡Qué tristeza la de vivir mis días sin la certeza de tu llegada! ¡Qué dolor profundo el de añorarte sin poder contemplar tu faz! ¡Cuántas lágrimas vertidas! ¡Cuántas amarguras vividas!

Callé, como lo hacen tantos, y me guardé para mis adentros el sufrimiento de tus ausencias. Pero incontables veces me doblegó el peso de la espera. Me revelé, y de cara al cielo rogué, imploré, exigí tu presencia. Una vez más el silencio fue la única respuesta.

El desamor, la soledad, la incomprensión, en mí hicieron mella. Y el tiempo siguió su lento vagar sin escuchar mi queja. Pasé mil noches esperando alguna revelación que le trajera a mi corazón consuelo, y una vez más tuve la sensación de que se descorría el velo. Y me aferré a la vieja idea de que solo tu llegada cambiaría mi suerte, porque mi espíritu solo será libre cuando mi cuerpo entregue las armas y tú lo poseas, añorada muerte.

REMR
5/jul./2009

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