viernes, 24 de julio de 2009

DÉJÀ VU

En el reloj desfilan sin pausa las horas insomnes en que reflexiono sobre las razones para el abandono y el desprecio de unos, la osadía para juzgar de otros. La psicosis se apodera de mí, no pudiendo apartar de mi mente ciertos hechos incomprensibles (solo la naturaleza humana puede llegar a tal extremo de irracionalidad). La soledad y el silencio van minando mi entereza, arrastrándome a las sombras desde las que operan. Basta un pequeño descuido para que logren colarse e inadvertida y rápidamente instalarse a sus anchas, arrasando con mi voluble cordura. Una vez dentro, van esparciendo poco a poco su veneno. Las imágenes, las palabras, empiezan a repetirse a una velocidad atropellante y comienza una carrera sin freno en la búsqueda de la razón; de los por qués que jamás conoceremos. De pronto el mundo entero es nuestro enemigo. La ira, la tristeza, el miedo, el resentimiento, se entremezclan. Y comienza el martilleo hiriente y ensordecedor del verdugo que nos gobierna, y todos, incluso nosotros mismos, aparecemos como culpables. Sin darnos cuenta, de repente nos encontramos al borde de un precipicio. Y sumidos en ese ciclo interminable buscamos desesperadamente justificar acciones para poder sobrellevar la vida que cargamos a cuestas como un lastre. En medio de toda esa locura intentamos seguir adelante tratando de olvidar que mañana se volverá a repetir todo nuevamente…

REMR
24/JUL./2009

CRIMEN

Con sus negras alas extendidas bajo el manto gris de la noche tempestuosa, iluminada a ratos por la luna, intenta rozar piel. Su víctima, embelesada por su vistoso ritual de apareamiento, se deja seducir sin oponer resistencia. Se brinda como sacrificio viviente a un dios pagano. El depredador sostiene en sus garras a la frágil presa que se entrega convencida de la buena voluntad de su verdugo. Inmolación consumada. Le da por muerta y le abandona sin el más mínimo remordimiento. Eleva el vuelo y se pierde en la negritud de la noche veraniega. El débil latido de un corazón agonizante todavía sostiene unida al cuerpo a la inocente alma. Es demasiado el dolor de verse burlada. Ya no lucha; guarda una última esperanza. Con el postrer suspiro abandona este mundo convencida de que el destino le permitirá en la siguiente vida perpetrar su venganza.

REMR
22/JUL./2009

LA ESPERA

Aprendí a amarte, a desearte… y a vivir a tu sombra. Y aunque algunas veces quise salir a tu encuentro, la razón me limitó a esperarte. Coqueteé con la idea de que un día irrumpieras inesperadamente en mi vida y me llevaras lejos. ¡Qué tristeza la de vivir mis días sin la certeza de tu llegada! ¡Qué dolor profundo el de añorarte sin poder contemplar tu faz! ¡Cuántas lágrimas vertidas! ¡Cuántas amarguras vividas!

Callé, como lo hacen tantos, y me guardé para mis adentros el sufrimiento de tus ausencias. Pero incontables veces me doblegó el peso de la espera. Me revelé, y de cara al cielo rogué, imploré, exigí tu presencia. Una vez más el silencio fue la única respuesta.

El desamor, la soledad, la incomprensión, en mí hicieron mella. Y el tiempo siguió su lento vagar sin escuchar mi queja. Pasé mil noches esperando alguna revelación que le trajera a mi corazón consuelo, y una vez más tuve la sensación de que se descorría el velo. Y me aferré a la vieja idea de que solo tu llegada cambiaría mi suerte, porque mi espíritu solo será libre cuando mi cuerpo entregue las armas y tú lo poseas, añorada muerte.

REMR
5/jul./2009

DESESPERACIÓN

No sé por qué, en unos días más fuerte que en otros (como hoy), me golpea la desesperación. Cuando creo que ya me voy a curar de esta ansiedad, se abre paso entre todos mis pensamientos y se planta de frente como burlándose de mi incapacidad para sanar.

El fantasma de lo que no ha sido regresa por mí, dejándome maltrecha, herida, y otra vez me vuelvo mi propia víctima… porque somos nosotros nuestros peores verdugos. Y aquí sigo a tu sombra, aun después de decretarte libre…(imposible creerme mis propias mentiras).

Los sentimientos no son viejas cartas que puedes guardar en una cápsula del tiempo; ellos gotean por las paredes, se cuelan por las rendijas, te envuelven en su bruma, asaltan tu vulnerabilidad, negándote el derecho al olvido. Esa -y no otra- es la peor de las condenas.

REMR
10/mayo/2009